El 10 de julio de 2008, Apple presentó al mundo App Store. En aquel primer día, el catálogo de apps contaba con 500 aplicaciones. Diez años después, esta forma de distribución de software es parte del día a día de miles de millones de personas, y las aplicaciones disponibles más variadas y numerosas que nunca.

Su aparición no solo significó la capacidad de elegir el software a instalar en los dispositivos de los propietarios de un iPhone o iPad. Con la aparición del mercado de las apps, miles de desarrolladores y empresas crearon un nuevo mercado cuya economía está vinculada con el mercado de los smartphones.

De esta manera, el sector del software vivió una atomización. Con la posibilidad de llegar de manera casi directa al consumidor, las grandes compañías no fueron las únicas encargadas de desarrollar programas y aplicaciones, y una miríada de pequeños estudios floreció y empezó a desarrollar aplicaciones a un ritmo vertiginoso.

Algunos de estos estudios se hicieron de oro. Imangi Studios, fundada por dos personas, llegó a tener 35 trabajadores y uno de sus juegos, Temple Run, se descargó más de mil millones de veces, y algo parecido ocurrió con el fenómeno de masas Candy Crush. En la misma línea, este ecosistema posibilitó la aparición de plataformas que adquirieron un valor incalculable y que son usadas por millones de personas, como Instagram o Snapchat.

Hoy en día, las aplicaciones disponibles disfrutan de una variedad inmensa. No solo son juegos y aplicaciones curiosas para pasar el rato. Desde programas profesionales de edición fotográfica, pasando por servicios de streaming, realidad aumentada, servicios de geolocalización, un interminable desfile de redes sociales…

La App Store ha dedicado la última década a convertirse en un pilar fundamental de la estrategia comercial de Apple, y en la piedra angular de la experiencia de los poseedores de un iPhone o un iPad. Al ritmo al que crece Apple, parece que los próximos diez años auguran, como mínimo, una consolidación de esta posición.